9.2.06

Nomenclatura didactica...

Una de las cosas que estorban al enseñar y aprender español (en otros idiomas quizá también), son los términos gramaticales, y es normal, porque es un asunto complejo, que no sólo va cambiando, sino que es bastante controvertido. Mi contacto con la lingüística en la universidad fue breve e irregular, pero me bastó para ver que cuanto más sube el nivel del análisis, más relativos se vuelven los conceptos y los términos, como supongo que sucede en todas las ciencias.
Alguien dirá, y con razón, que no hace falta llegar al salto cuántico para enseñar un idioma. Incluso existen desde hace mucho ya, los sistemas de aprendizaje que prescinden totalmente de la explicación gramatical, pero en el contexto que yo conozco se utilizan a menudo los términos gramaticales, porque aparecen en los libros, los usan los alumnos y los usan los profesores. En los libros, como está escrito, la cosa parece seria y verosímil. Sobre todo los alumnos tienden a agarrarse la palabra impresa como si fuera la biblia, aunque muy pocos tienen claro lo que es un sustantivo, un adjetivo o un adverbio, por lo menos lo que por esos términos se entiende en el contexto "escolar", que es al fin y al cabo el nivel de gramática que tienen (o deberían) los alumnos en un 99%. En fin, que entre unos y otros se reúnen las condiciones óptimas para crear el mayor batiburrillo gramatical imaginable.
Un término no es más que eso, el nombre de algo, y no podemos esperar que por si solo explique lo que nombra, pero lo malo es que muchas veces conducen a errores y a falsas asociaciones. A mí de momento me bastaría con que "rebautizaran" por ejemplo el pretérito indefinido. Yo ya lo estudié en la escuela hace la tira de años como "pretérito perfecto simple", pero de algún modo sigue apareciendo en los libros y manuales, y de indefinido tiene poco. O el "condicional", que en todo caso debería llamarse "condicionado". El también tiene un nombre más moderno que apenas se usa: "potencial", y creo que algunos otros posteriores. Y luego están las "pequeñas palabras", pronombres en acusativo o dativo, posesivos (como pronombres o adjetivos), adjetivos determinativos o calificativos, perífrasis verbales y toda una multitud de cosas que serían más felices con un nombre más "didáctico" que las hiciera quizá utilizables por los los alumnos y profesores en las clases.

6.2.06

En la piel de la lengua

Cuando se conoce bien una lengua, se la escucha en cierto modo sin oirla. El contenido se superpone de tal modo al "continente", que muy pocas veces nos llaman la atención los "envoltorios" de los mensajes que mandamos o recibimos. Nuestra apreciación de lo que suena bien o mal la hacemos desde dentro, desde la aceptación de que el sistema es como es, que los elementos son los que son, y con eso cada idioma llega todo lo lejos que puede, muchas veces haciéndonos incluso tocar el cielo.
Cuando desconocemos una lengua y estamos expuestos a escucharla un tiempo prolongado, el fenómeno es distinto. Lo que nos llega es el sonido puro y duro, sin ninguna connotación de significado.
Este es el momento de las "caricaturas" de los idiomas, del "subanestrujenbajen" y demás, pero cuando se sigue escuchando llegan otros momentos, y el lenguaje nos habla sin "hablar" y nos acaricia la oreja de una forma en la que ya nunca más lo hará cuando, poco a poco, vayamos entrando en ella y entendiendo sus reglas, su sistema y sus significados.
Cuando se conoce bien una lengua y se la enseñamos a quien no la conoce, uno pasa por fases de "extrañamiento". Las palabras que antes usaba como si tal cosa, se le presentan a veces como con peso, o fuera de lugar, o incómodas o malsonantes. Lo que era como una brisa, de repente se hace sólido y te entra en un ojo, o se te cae delante y tropiezas.
Llega a veces el momento en que hay que recoger velas, plantarse y abrazarse a esa lengua que era la tuya, y buscar reconciliación.
Y llega, a veces, y se te revela en lo más simple, en una tontería que allí estuvo siempre pero que parece insólito de pronto, como un regalito que nos hubiera guardado todo el tiempo para esos momentos de pérdida... casi maternal esta lengua materna.

3.2.06

Puertitas al español

Uno normalmente se olvida de cómo fueron sus primeros pasos al aprender un idioma, sobre todo cuando pasa un tiempo considerable. Los que no se olvidan son los profesores, porque ellos tienen que abrir las puertas, que casi siempre son las mismas y no siempre lo bastante holgadas para entrar desahogado y con la cabeza alta.
Al aprender español, se presenta uno, y tiene que hacerlo con un verbo reflexivo o uno irregular, que no sé qué es peor.
Después normalmente, dependiendo de los métodos, te enseñan a hacer y a responder a la pregunta: "¿Qué es esto?", por supuesto presentando el verbo "ser" como una cosa sencilla y libre de problemas, lo cual en ese contexto suele funcionar. No sucede lo mismo con "esto", que como es normal para cualquier hispano, necesita enseguida de sus hermanos "eso" y "aquello", cuando no de sus "primos sexuados" "ese, esta", etc.
Una vez que, eliminados todos los peligros contextuales y comunicativos que pudieran hacer peligrar el experimento, aprendemos que esto que está cerca nuestro es un autobús, un libro o una mesa, nos enseñan a preguntar y responder a la pregunta "¿Qué hay en...?"
Lo hacen de buena fe, con ayuda de nuestra superpreposición "en", que concilia lo de encima con lo de dentro y otras cosas más, para no tener que pensar mucho, y con un verbo defectivo para no tener que conjugar: "hay". Pero ¡ay! en esta puerta hay que agachar la cabeza, y extremar las precauciones para no necesitar al primo "estar", que acecha detrás de cada artículo determinado o posesivo, que seguramente nos han presentado en la clase anterior.
Llegados a este punto somos capaces de decir que esto es una mesa y que en la mesa hay un libro.
Tras un par de vocablos extra acerca de la cerveza, la paella y el vino tinto, no queda más remedio que empezar a conjugar, y animo a cualquier hispano a que diga espontáneamente diez verbos usuales y de la lista descuente los irregulares y los pronominales, a ver qué queda.
A pesar de esta visión un poco malvada del asunto, el español es un idioma que "se deja" bastante más que otros. Habría que escuchar diversos testimonios de estudiantes en diversos contextos para sacar conclusiones. La mía de momento es que los principios no son fáciles, al menos en un país no hispanohablante, y una prueba sea quizá que a la mayoría de los profesores no le gustan los principiantes.
A lo mejor es aquí donde hay uno de los mayores retos.