6.10.08

Tonto el que lo lea














Por más viejo que fuera el chiste, ¡qué rabia daba el haber caído de nuevo! ¡Que sensación de impotencia, no ya de no poder echar mano al culpable, sino de no poder sustraerse a ese imán, a esa atracción irresistible, casi automática de leer, de descifrar cualquier mensaje escrito en cualquier lugar, como si de eso dependiera nuestra supervivencia! Muchas veces me cuesta pensar que la escritura se inventara para reflejar el lenguaje hablado, para fijarlo, robárselo al aire. Aunque quizá sí para robarlo, porque eso hacen en definitiva las letras con los sonidos. Lo que era una bandada de armónicos unida por el tiempo a otras bandadas vecinas que reflejaban tonos y cadencias, se clavó como una sombra negra y muda, como un agujero estrecho por el que no llega más que el eco de nuestra propia cabeza. Por suerte no falta quien de esos negros elementos haga auténticas maravillas de colores nunca vistos, pero esa ya es otra historia.
La historia de aquí es que las palabras escritas son casi siempre un velo entre el que aprende y la lengua que aprende, y que uno escucha lo que lee, y lo escucha como lo lee. Ventajas también tiene, por supuesto, porque cómo si no íbamos a retener nosotros, hombres sin memoria, tanta cantidad de vocablos, partículas, morfemas, cómo por dios bendito, sin cuaderno ni diccionario, sin el escalpelo estilográfico que nos dijera dónde acabó la pasada palabra, dónde empezó la nueva, no, eso no era palabra, era solo un pequeño tumor morfológico, debido a un exceso de conjugación aspectual producido por derivación. Y todo esto, porque el otro día se me olvidó el rotulador para la pizarra y era un grupo nuevo de principiantes de verdad del principio, desnudos de español, y les dije - me llamo David- y me dijeron- cómo se escribe- y yo contesté- cómo creéis que se escribe- y una me dijo- con "d"- pero no se refería a "David", sino a "llamo". Y al final le hablé de la "ll", y me costó hacerlo, porque sabía que, a partir de entonces, ya nunca más escucharía esa "d", que sólo interesa a los fonetistas en algunas ocasiones, porque si fuera uno a escribir todo lo que oye dónde iríamos a parar... y además la escritura fonética no existe, creo que ha escrito Derridá.