11.5.06

Somos lo que hablamos

Cuando tengo que sustituir a mi compañera I. en la escuela y le pregunto por el grupo en cuestión, ella me hace un perfil psicológico de los alumnos, más o menos detallado según el tiempo del que dispongamos. Al principio esto me desconcertaba porque yo esperaba informaciones concretas y "prácticas", algo como "la última vez hicimos..." o "tienen que repasar esto", en fin, cosas que me permitieran enfrentarme a un grupo desconocido armado con las fotocopias adecuadas. En mi ceguera de principiante, no sabía apreciar el valor de la información que ella me daba, cosas del tipo: "esta chica es la que da equilibrio al grupo", o "este parece que sabe mucho pero en el fondo no hace dos frases seguidas bien", "esta otra no soporta que la corrijas" y así por el estilo.
Cuando se gana experiencia va uno dándose cuenta de la cantidad de batallas que, en la clase de lengua extranjera, se libran en el terreno personal, tanto a nivel individual como de grupo, porque para separar a una persona de "su" lenguaje haría falta algo mucho más afilado que el escalpelo de un cirujano. Aquí viene al caso una frase de "Sinnliche Gewissheit" de Robert Menasse, en que dice algo como que la gente va a la escuela de idiomas a aprender en otra lengua a no tener nada que decir (experiencias de esto tienen casi a diario todos los profesores que conozco).Y es que uno sigue siendo el mismo igual el idioma al que se vaya ( y a lo mejor es en el fondo un fuerte deseo de ser otro lo que nos anima a aprender un nuevo idioma). Ya en la primera clase, en la que uno reparte palabras como si fueran caramelos, alguien con las dotes psicológicas de mi compañera I., puede leer en la forma en que los alumnos reciben, desenvuelven y se echan a la boca el dulce significante, con qué tipo de personas se las va a tener que ver en adelante, y de qué forma y en qué dosis tendrá que repartir en lo sucesivo la información, para que esta siga el mayor tiempo posible siendo dulce.