27.7.06

Clases para adultos

Yo no tengo la culpa de tener más de seis años. De que se me hayan juntado o separado los hemisferios cerebrales, ni de tener la cabeza ya tan llena de signos, palabras y de tantas cosas que sé y que ocupan lugar (y mucho). En cierto modo tampoco de pensar que a veces es mejor callar que hablar, ni de encontrar vacías o distorsionadas la mayoría de las palabras que oigo.
Tengo la culpa de encontrar aburrido lo que en realidad es divertido. Tengo la culpa de no consentir equivocarme, de no encontrar placer en expresarme, de carecer de iniciativa y de imaginación, de no fascinarme cuando el mundo se me revela en otros códigos, de no lanzarme a la aventura de conquistar las palabras, de aplastarme en el sofá de mi propio idioma, de hacer las cosas por obligación, de querer aprender sin dejar de ser el que soy, de no disfrutar las palabras, saborearlas, gritarlas, cantarlas, repetirlas, de no saltar de alegría cada vez que me entienden...
De lamentar no poder aprender una lengua como lo hacen los niños sin intentar siquiera un poco comportarme como ellos.