Unas notas de mi cuaderno del día 8 de marzo de este año:
Desde hace unos días acompaño a mi hija a sus clases de natación. La piscina puede contemplarse a través de unas grandes lunas de cristal que la separan de una especie de sala de espera, donde los padres pasamos cuarenta y cinco minutos diarios observando los progresos de los hijos.
El cristal nos aísla del sonido, y del típico estruendo de los niños chillando y chapoteando en el agua multiplicado por las grandes dimensiones de la sala, sólo nos llega movimiento de labios, brazos y gotas. Si me olvido del ruido que hay de este lado, me recuerda al silencio del buceo, a esa especie de anestesia acústica que el agua impone a lo que ocurre dentro de ella. Nadar es una actividad que se realiza en solitario; el éxito de la operación depende de un solo individuo y de su interacción con el medio.
Una lengua segunda podría compararse con el agua que envuelve a un no- nadador. Aún para los expertos, el acto de nadar requiere una energía y una atención que el movimiento en tierra firme no le exige. La lengua segunda permite poca automatización, no nos permite bajar la guardia.
La lengua materna es el fondo de la piscina. Los niños hacen pie y, poco a poco, van prolongando el tiempo que permanecen fuera de contacto con esa base sólida. Realizan algunos ejercicios que, aparentemente, poco tienen que ver con el hecho de nadar, con los movimientos que un nadador competente realiza. También aquí, la didáctica ha roto la muñeca, ha descompuesto el todo en una serie de partes practicables por separado. Además, hay herramientas, artefactos, apéndices artificiales que suplen funciones que el cuerpo aún no realiza. Son objetos pasajeros que olvidamos pronto. Son, en cierto modo, “ortopédicos”, y como tales no están libres de una connotación negativa. Estoy pensando ahora en todo el “artefacto” que se utiliza en clase de lengua extranjera, y en si también sufre de esta naturaleza ortopédica. Un propósito de la didáctica de cara a sí misma sería el de refinarse hasta un punto en que el artefacto se hiciera prácticamente invisible, o al menos, cambiar el aspecto ortopédico por uno más “deportivo”; no es lo mismo que le ofrezcan a uno unas muletas que una pértiga...